Hace
mucho tiempo el tema de la calidad de las instituciones nacionales se ha dejado
de lado en discusión, debates y estudios. Si bien nuestro país tiene ilimitadas
oportunidades para progresar y desarrollarse, mientras que el gobierno y las
instituciones no sean transparentes, confiables y predecibles no lograremos un
cambio sustancial en la vida de los peruanos.
Es
realmente preocupante nuestra situación institucional, según una encuesta de
Ipsos Apoyo publicada el pasado día 22 sobre nivel de aprobación de poderes del
Estado (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) –responsables de lograr los cambios
y el desarrollo de la democracia– peligrosamente se encuentran en el más bajo
porcentaje de desconfianza política y jurídica con tendencias de grave caída desde
el 2011, el Ejecutivo 15% de aprobación (cae desde 34%), Legislativo 9% (cae
desde 18%) y Judicial 13% (cae desde 22%).
Las
razones de esta mayoritaria desconfianza tiene estrecha relación con una
informalidad política donde destaca el clientelismo y prebendarismo; falta de
capacidad y creciente fragmentación, con gran número de congresistas
cuestionados, investigados o denunciados que impide al Congreso equilibrar o
servir de contrapeso las acciones del gobierno; administración de justicia
endeble, de muy baja calidad, sin transparencia, y sujeta a prácticas
corruptas; Policía con limitaciones de recursos y capital humano para enfrentar
el crimen y delincuencia; y una escasa credibilidad y bajísimos niveles
institucionales de los partidos políticos.
Diferentes
organizaciones como el Foro Económico Mundial, Political Risk Services, Policy Network, Fundación Libertad y
Progreso o Barómetro Latinoamericano nos ubican relegados y con muy bajos
índices de calidad institucional, además, James Robinson, investigador de la
Universidad de Harvard, quien participó en Lima (9 y 10 junio pasado) en el II
Foro Industrial “industrialización e institucionalidad”, nos advirtió que la
debilidad institucional nos puede llevar al fracaso como país, manifestando que
aún tenemos un Estado débil, clientelista y sin servicio civil, con un sistema
fiscal muy inadecuado y muchos problemas para ejercer su autoridad en buena
parte del territorio.
Bajo
este panorama, requerimos todavía de muchas décadas para atravesar el umbral
del desarrollo, pero para ello se requiere mantener un adecuado flujo de
inversiones, mejorar significativamente la calidad del capital humano y elevar
sustancialmente la productividad, lo cual depende de que mejoremos la calidad y
capacidad de nuestras precarias instituciones para hacer más eficiente la
acción del Estado.
Artículo
de Alfredo Palacios Dongo publicado en el diario EXPRESO, fecha 5 de julio de
2014