Las promesas electorales se han convertido
prácticamente en consigna de los postulantes a la presidencia. A menos de 3
meses de las elecciones generales (10 de abril) hemos escuchado hasta el
cansancio excesos de ofertas electorales que dan rienda suelta a demagogia y ambigüedad,
declaraciones genéricas, promesas con evidente estrategia populista carentes de
sentido, absurdas, inalcanzables e incoherentes entre el discurso político y la
realidad.
Entre algunas de ellas tenemos: construir un tren bala de Tumbes a Tacna,
internet gratuito para todo el Perú, reactivar la economía en 4 meses, refundar
la policía, reducir la delincuencia en 12 meses, invertir S/.25,000 millones en
seguridad ciudadana (actualmente se destina S/. 500 millones) y conformar un
grupo élite similar al FBI y Mossad, limpiar el Poder Judicial y la Fiscalía, destinar
6% del PBI a educación (requiere aumento de S/. 13,800 millones), crear
millones de empleos, reducir la informalidad laboral, suspender pagos de
impuestos, reducir el IGV y el IR, endeudar el Estado para invertir en
infraestructura, incrementar la presión tributaria, incrementar sueldos y la
remuneración mínima vital hasta en S/.1,000 etc., pero por supuesto, promesas sin
fundamento técnico ni explicación alguna de cómo las concretarán.
La política es una actividad esencialmente humana y
civilizadora, es un quehacer social cuyo principal fin es el de alcanzar el
bienestar de la sociedad mediante patrones de acción, organización e
institucionalización. Y esta realidad no se logra con promesas ni intereses
personales o partidarios, solo se alcanzará con un claro, realista y consistente
plan de gobierno y un verdadero compromiso para con los ciudadanos por quien
gane las elecciones, y cuya esencia debe ser el logro del bien común que
cautele el bienestar (desarrollo económico y seguridad) y el servicio a los demás
(implementación de políticas sociales que apunten a igualdad de
oportunidades y equidad), lo que constituye en general los máximos valores
públicos de la democracia.
Bajo este panorama las promesas incumplidas solo frivolizan
la función pública y disminuyen la calidad de la política, además representan
una enorme irresponsabilidad para con la población y afectan el camino de
nuestro país hacia el desarrollo. Ya no queremos promesas, sino propuestas
integrales, reformas concretas, metas, derroteros y pautas definidas, soluciones
sostenibles, y principalmente la explicación de cómo lo harán, su plazo de
concreción, cómo se
financiarán y los costos que éstas implicarán.
Artículo de Alfredo Palacios Dongo publicado en el diario
EXPRESO, fecha 22 de enero de 2016