Los últimos acontecimientos políticos ocurridos en nuestro
país (cambio de tres presidentes en ocho días) fueron ocasionados por una
decadente clase política (con muy pocas excepciones), principalmente por un
Congreso populista y sin autoridad moral, sediento de repartijas, intereses particulares y partidarios, que apoyó a su ex
presidente Merino en su inusitada ansia de poder logrando jurar como Presidente
de la República pero renunciando a los cinco días por falta de legitimidad
social, abandonado por su gabinete y con altísimos costos para el país incluyendo
la muerte de dos jóvenes durante las marchas, pero también es responsable el ex
presidente Vizcarra que comenzó a perder credibilidad por vergonzosos audios
sobre el caso de Cisneros “Swing” tratando de manipular pruebas con su mediocre
entorno lo cual se agravó con denuncias sobre presuntos actos de corrupción
como gobernador de Moquegua entre 2011- 2014.
Uno de los principales problemas de nuestra decadente clase
política es la corrupción como un sistema enquistado en la política y la
gestión pública que toca a muchos políticos alcanzando en las últimas décadas a
políticos del más alto nivel de distintos partidos incluidos cinco ex
presidentes y una candidata presidencial por diferentes presuntos delitos, lavado
de activos, peculado, malversación de fondos y colusión, además, presidentes
regionales y alcaldes vacados por negociar con recursos de quienes los
eligieron. La clase política debe comprender que la corrupción es el principal
enemigo de nuestro desarrollo y que debe enfrentarlo promoviendo la
transparencia en partidos políticos e instituciones públicas y promoviendo la
formación y ejemplo del valor de la honradez en el sistema educativo y familiar.
El otro grave problema de la clase política se debe a la crisis de representatividad y falta de liderazgo de los partidos por no
cumplir su función constitucional de promover la participación ciudadana en
política ni representar a la sociedad intermediando como interlocutores de sus
demandas hacia el Estado, habiéndose convertido exclusivamente en juego de
intereses y reparto de cargos lo cual los ha alejado de la adhesión ciudadana.
Bajo este panorama
nuestro futuro como país solo se aclarará cuando los políticos entiendan que la
actividad política es esencialmente humana y civilizadora, un quehacer social
cuyo principal fin es alcanzar, mediante patrones de acción y organización, el
bienestar de la sociedad, el logro del bien común y el fortalecimiento de una
estructura de virtudes y valores públicos dejando de lado todo interés personal
o partidario por conveniencia.
Artículo de Alfredo Palacios Dongo publicado en
el diario EXPRESO, fecha sábado 21 de 2020